Capítulo 1

Abro los ojos, lentamente, aún un poco cansada. Vuelvo a observar la misma pared blanca, ya hace diez años.
Miro mi pequeño despertador, en la mesilla de noche.
Las 7.00h am
- Estás despierta Julieta?- Dice una voz dulce, la de mi compañera de cuarto, Ebeline.
La miro y pienso lo mucho que la voy a echar de menos.
- Felicidades…hoy es tu día. – Me vuelve a mirar con esos ojos de tristeza.
No tengo palabras, en realidad no sé que decir.
Hoy ya soy libre, ya he cumplido la mayoría de edad, puedo irme. Donde quiera. Me levanto y abro la ventana.
Se oyen las voces de las niñas que ya se han levantado.
Unas juegan a la comba, otras se intercambian cromos, otras bailan y cantan… En seguida huelo ese aroma a tostadas, y oigo como las chicas corren por el pasillo. Se gritan, ríen, otras lloran como siempre y otras van solas en silencio.
-Tendríamos que levantarnos. La miro, - Nos vamos a quedar sin champú y tampoco quiero quedarme sin almuerzo.
- Ve tú. – Le digo al fin, pudiendo pronunciar palabra – yo, enseguida voy.
Abre la puerta y esta vez veo lo que he visto todas las mañanas, chicas con el uniforme, con esa falda a cuadros y ese polo blanco, otras aún con la toalla enroscada en la cabeza y otras en pijama como yo.
Miro a mi alrededor, y observo a mi habitación, en la que he pasado gran parte de mi vida. Todos mis recuerdos quedarían entre esas cuatro paredes, por siempre.
Veo mi maleta, tirada en el suelo a medio hacer.
Me río. Seguramente, la noche anterior, había estado demasiado ocupada con mi despedida, como para hacer la estúpida maleta. Sigo un poco paralizada y puedo verme reflejada en el espejo. Mi larga cabellera morena alborotada, el maquillaje corrido y mi espantoso pijama de conejos. Debo ponerme en “marcha” pienso.
Empiezo a moverme, al fin, con rapidez. Consigo acabar mi abultada maleta, me visto, pero esta vez con ropa de calle., nada de uniforme y consigo arreglarme esa cabellera rebelde. Abro la puerta, con una mano, ya que la otra estaba ocupada cogiendo el asa de la maleta, y salgo de mi habitación. Lo primero que me encuentro es un silencio y las miradas de tristeza de mis compañeras.
Ellas, y sobretodo yo, ya sabían que sobraban las palabras, sabían que nos íbamos a echar mucho de menos, ante todo sabían que las quería. Me dirijo hacia el comedor, ya con Ebeline y me siento en mi sitio habitual, como si fuera un día cualquiera, pero no lo es. Almuerzo esas tostadas tan ricas, con un dulce vaso de zumo de melocotón y me doy cuenta hoy, soy el centro de atención. Me levanto, después de apretar dulcemente la mano de mi amiga y salgo del comedor, con una sonrisa.
Paso por los pasillos, todos se giran, unos no dicen nada, otros me dicen adiós con la mano y las mas queridas me dan un pequeño abrazo. Al fin, salgo por la puerta principal y cruzo el grande patio. La que había sido como mi madre, la madre Cristina, me abre las puertas hacia mi libertad.

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