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Speed por otro lado estaba totalmente nervioso. Contemplaba a Mery cómo ella pensaba y sonreía. Deseaba con todas sus fuerzas colarse en aquellos pensamientos, saber qué era aquello en lo que estaba pensando que le hacía tan feliz. Tuvo la esperanza de que fuese algo que solo ellos dos habían vivido, algún momento, algún día, alguna larga llamada a las 12 de la noche, cualquier cosa solo suya, de ellos dos. Pero poco a poco fue perdiendo la esperanza. Pensó que Mery ayer le había visto con Jessica, y sintió un dolor inexpresable en el estómago al pensar cómo pudo ella sentirse en aquel momento. Jamás deseo hacerle daño, pero Jess… Jess aquel día pudo con él. Su sabiduría de retener cada mirada, su sabiduría de hacer que por un pequeñísimo momento él se sintiera colado por ella, o su sabiduría de besarle en el momento oportuno de la situación, inesperadamente.
MIERDA! Definitivamente Mery lo sabía, no podía ser otra cosa. En ese momento a Speed le entró un sentimiento de impotencia. Impotencia hacia aquella situación. No tenía ningún tipo de solución, había metido la pata hasta el fondo aquella vez.
Como podía haber sido tan tonto… tan iluso de creer que no pasaría nada, de creer a Jess diciéndole que no lo iba a descubrir. Tonto se repetía una y otra vez. De tanta rabia que tenía rompió el lapicero nuevo que tenía entre las manos. Había perdido a su amor, a su pequeña Mery, todo porque Jess le comió la cabeza, tonto, tonto y otra vez tonto no tenía otra palabra en la cabeza. No tenía solución, ahora ya no…
Las paredes de aquella aula le agobiaban, cada vez más. Hasta que no pudo mas y salio corriendo de esa aula y del colegio… Comenzó a correr sin ninguna dirección, hacia mucho frío. No llevaba ni chaqueta i eran mitades de noviembre. Llovía muy fuerte, cada gota de agua que le tocaba su piel, frágil en aquel momento le parecían pequeños puñales intensos.
Pero en esos momentos el puñal que de verdad le habían clavado era en el corazón, y lo peor era que había sido él mismo.
-AAAAAAAAAAAAAAAH! –gritó una y otra vez. Gritó como nunca lo había hecho. Gritó arrodillado en medio de aquella tormenta en algún lugar que aún no había descifrado. Gritó hasta quedarse sin voz. Todas las pequeñas pero abundantes gotas que caían por sus mejillas por efecto de la gravedad desaparecían camuflándose con todas aquellas gotas de agua dulce.
Estaba completamente empapado. Fue entonces cuando miró ese lugar donde sus piernas le habían conducido. No podía ser, sus ojos le habían hecho una mala pasada de tanto llorar pensó primeramente pero volvió a mirar y no. Era realmente aquel sitio, era ese parque traicionero. Donde perdió a su chica sin darse cuenta, feliz y sonriente en esos instantes que duraron demasiado poco. Pensó. Había sido como una partida en Las Vegas dónde excitado por la emoción del peligro te arriesgas sin ver todo lo que puedes llegar a perder, y él sin duda había perdido la mayor fortuna que puede tener el hombre, su corazón. Y se quedo en silencio hasta que oscureció. Pensaba en cada minuto vivido con ella, cada beso, cada sonrisa, cada recuerdo, cada tarde, cada regalo, cada abrazo, cada enfado y sobretodo, cada reconciliación… Pensó en todo lo que se relacionaba a ella, todo el mundo que giraba al rededor de ella.
Cuando ya se había hecho de noche y nadie mas quedaba en ese parque, juró no volver a pisar. Se fue con dolor de cabeza de tanto pensar en ella. La única conclusión que había sacado era que no la volvería a hablar. No podía ni imaginárselo lo mal que lo estaba pasando ella, prefería ponérselo fácil a partir de ahora. Sentía demasiada vergüenza para volver a mirarla. Sentía que había perdido el rumbo de su vida…

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