Un nuevo amanecer.

De repente todo se volvió frió, ausente, lejano… Llego a tal punto que el sol parecía entristecerse, producir menos calor. Las calles por las que caminaba se habían vuelto más solitarias y el cielo más gris y se sentía mas vacía que de costumbre, solo notaba una única presencia que la perseguía, que no la dejaba descansar. La presencia de la soledad. Bebió un trago largo de vodka, después suspiró. Lo que más detestaba era no poder echarle la culpa a alguien, como hacen todos los humanos para sentirse mejor. Cómo no, ella tenía que ser diferente también en eso. El frío de aquella noche invernal le helaba todo el cuerpo pero a causa del alcohol no notaba nada.
Estaba sentada frente al mar, con una mano en la botella y otra en el bolsillo. Sus dedos se estaban volviendo de un color liloso fuerte. El aliento que dejaba ir se convertía en vapor de aire en cuanto se ponía en contacto con ese frío ambiente, haciendo dibujos abstractos en el aire. Y así iban pasando las horas.
De repente miró aquella botella que le había acompañado todo ese largo día, por todas aquellas pequeñas calles y recovecos de esa gran ciudad; solo le quedaba un último trago. Se lo bebió de golpe, sin pensar y juró que nunca más se pondría así, no tenia derecho. Lanzó la botella contra una pared se levantó y dio media vuelta, volvía a su casa mientras los primeros rayos de sol deslumbraban por le horizonte.

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